Es imposible no hablar de la gentrificación y la turistificación en México, el sexto destino más visitado a nivel mundial. Sin duda, ambos fenómenos se ven presentes en casi todo el país, pero son lugares como la Ciudad de México, Oaxaca, Quintana Roo y Yucatán los que a o largo de los últimos años han enfrentado con más fuerza los estragos y el sabor agridulce que puede traer el turismo de masas a las personas locales.
Los tacos ya son aesthetic y sacrifican el sabor, las salsas ya no pican, las playas de la Riviera Maya y los destinos paradisíacos de Quintana Roo son casi inaccesibles para muchos mexicanos que no pueden pagar unas vacaciones en los múltiples resorts en donde se da prioridad a los extranjeros ya que los mexicanos”no dan propina en dólares”. Que decir de la privatización de islas y la destrucción del habitat natural de múltiples especies para construir resorts de lujo en los que además, tienen centros de entretenimiento que están casi diseñados para el turismo estadounidense. La lista es larga…
Como editora de viajes y viajera recurrente, me he empezado a cuestionar, el papel que tenemos los turistas en la gentrificación y la turistificación, dos problemáticas que hoy están más latentes que nunca en México, que han derivado en protestas y en negociaciones por parte del Gobierno y en debates en redes sociales, que además, se han convertido en discursos polarizados en los que pareciera que solo “los extranjeros” tienen la culpa de lo que sucede.
Así como nuestro país se enfrenta a esto, otras ciudades han tenido que tomar medidas para nivelar la situación; Venecia limitó el aforo en verano y cobra una tarifa especial a los turistas durante esta temporada; Nueva York reguló los alojamientos de alquiler; Madrid cobra más cara la entrada de los museos a los extranjeros que a los locales; Japón y Tailandia implementaron visas temporales para los nómadas digitales y si bien estas medidas no han erradicado el problema, sí contribuyen, ya que las causas son variadas y en mi opinión, la solución no es dejar de viajar.

La realidad es que todos tenemos derecho a conocer el mundo, pero sin sobrepasar y afectar la vida de los locales, de las personas que tienen toda una vida en ese lugar al que uno solo va por algunos días de vacaciones. Además, tan solo en México, 4.97 millones de personas están empleadas en el sector turístico, según datos del primer trimestre de 2025 de DATA TUR, por lo que no se puede dejar de lado que el turismo es un pilar esencial para el país.
Entonces, surge la pregunta:
¿Los turistas son culpables de la gentrificación y la turistificación?
La respuesta es mucho más compleja que un sí o no. En realidad, como en muchos otros problemas por ejemplo, el cambio climático, la desigualdad, etc, los gobiernos y las grandes empresas son los que tienen la responsabilidad de brindar soluciones que no estén enfocadas únicamente a enriquecerse a costa de afectar la calidad de vida de los locales, pero uno como turista, viajero frecuente o nómada digital, también se puede ser más consciente en el tema de la gentrificación.
¿Por qué queremos que los destinos se adapten a nuestros caprichos y exigencias? una de las mejores partes de viajar y además, una de las tendencias globales de turismo es la de conocer los destinos en su verdadera esencia y descubrir la cultura, costumbres, gastronomía y formas de vida tal como son, sin forzarlas a cambiar para ajustarse a nuestras expectativas o comodidad.
Aquí es importante hacer una distinción fundamental entre dos conceptos que a menudo se confunden: gentrificación y turistificación.
La gentrificación ocurre cuando la llegada de personas con mayor poder adquisitivo —sean locales o extranjeros— transforma un barrio tradicional, elevando los precios de renta, modificando los servicios y desplazando, directa o indirectamente, a sus residentes originales. No es un fenómeno exclusivo del turismo: está más relacionado con dinámicas inmobiliarias, decisiones de urbanismo, inversión privada y políticas públicas o la ausencia de ellas.
La turistificación, en cambio, se refiere al proceso en el que ciertas zonas se reconfiguran casi exclusivamente para el disfrute del turismo. Esto implica, por ejemplo, la transformación de espacios públicos en escenarios fotogénicos para redes sociales, o la sobreoferta de restaurantes y tiendas orientadas a un consumidor foráneo. El resultado: se pierde la vida cotidiana auténtica del barrio, se encarecen los servicios y se da prioridad a las necesidades del visitante sobre las del residente.
Dicho esto, el turismo en sí no es el enemigo. Los turistas no son los responsables de la gentrificación y la turistificación. Tampoco debemos caer en una culpabilización de los extranjeros o de los viajeros nacionales. Las causas son multifactoriales: políticas públicas deficientes, falta de regulación urbana, inversión inmobiliaria desmedida, entre muchas otras.
Sin embargo, aunque como viajeros no tengamos la culpa, sí podemos actuar con mayor empatía.

¿Cómo ser un viajero más responsable?
1. Consume local
Desde restaurantes hasta artesanías o tours, opta por negocios y experiencias gestionadas por personas del lugar. Esto no solo redistribuye de mejor forma los ingresos del turismo, sino que enriquece tu experiencia con una visión auténtica.
2. Infórmate antes de ir
Conocer el contexto económico, social y cultural del destino al que vas no solo te prepara mejor como visitante, también te ayuda a evitar decisiones poco sensibles, como tomar fotos sin permiso o negociar de forma injusta con un artesano.
3. Respeta el espacio que visitas
No todo está diseñado para ti. Algunas comunidades han abierto sus puertas al turismo porque no tienen otra opción económica. Ser respetuoso no es una cortesía.
4. Revisa tus privilegios
La facilidad con la que podemos movernos, comprar un vuelo o pagar una comida más cara en una ciudad donde el salario mínimo es menor a eso, nos debe invitar a actuar con empatía. No desde la culpa, sino desde la consciencia.
Al final, viajar no tiene sentido vivir la experiencia de otro lugar si en el proceso estamos contribuyendo a borrar su esencia. Ser un turista consciente no significa dejar de explorar.
