Solo unos pocos lugares en el planeta parecen existir fuera del tiempo. Lugares donde el silencio tiene su propio sonido, la luz dicta las horas y el hielo se mueve con la lentitud de los siglos. La Antártida es uno de ellos. Un continente que desafía toda noción de lo que entendemos por “viajar”, un territorio donde cada instante se mide en luz, viento y hielo.
Durante unos meses al año, cuando el verano llega al extremo sur del mundo, el continente blanco despierta. El hielo se retrae en la Antártida, los días se alargan hasta volverse casi eternos, el mar se abre paso entre los glaciares, y la vida salvaje emerge en un estallido de energía. Ballenas jorobadas, focas de Weddell, petreles y miles de pingüinos inician un ciclo tan frágil como perfecto. En este escenario efímero, el viajero tiene la oportunidad de presenciar uno de los espectáculos naturales más exclusivos del planeta: el encuentro con los pingüinos emperador.
Dónde ver pingüinos emperador en la Antártida
Llegar a ellos no es sencillo. De hecho, es una de las aventuras más exigentes y emocionantes que existen. En noviembre, cuando el hielo comienza a ceder y el sol ilumina el horizonte las 24 horas del día, el Mar de Weddell revela uno de sus secretos mejor guardados: la colonia de pingüinos emperador de Snow Hill Island, hogar de más de ocho mil parejas. Es un lugar tan remoto que solo puede alcanzarse con condiciones perfectas y una logística impecable.
Quark Expeditions, pionera en exploración polar, fue la primera compañía en llegar allí hace casi dos décadas. Hoy, vuelve a hacerlo con el itinerario “Emperor Penguin Quest: Expedition to Snow Hill”, una travesía de 14 días que parte desde Buenos Aires y zarpa desde Ushuaia a bordo del Ultramarine, un buque diseñado especialmente para conquistar los confines del planeta.
El viaje atraviesa el legendario Pasaje de Drake, ese corredor mítico que separa Sudamérica del continente antártico, para adentrarse en el indómito Mar de Weddell. Desde allí, helicópteros bimotores H145 transportan a los exploradores hacia el hielo marino, donde el paisaje parece suspendido en otro tiempo. Entre icebergs tabulares y extensiones infinitas de blanco, los viajeros pueden observar a los pingüinos emperador cuidando de sus crías, resistiendo las ráfagas del viento polar con una dignidad casi heroica.

La experiencia de la exploración
Ver pingüinos en la Antártida no es solo una observación; es una inmersión en la esencia de la vida salvaje. Los itinerarios polares ofrecen oportunidades únicas para conectar con el entorno: navegar en Zodiacs entre glaciares azules, remar en kayak sobre aguas tan claras que reflejan el cielo como un espejo, o ascender en helicóptero para contemplar la vastedad desde el aire.
En cada jornada, los pasajeros son guiados por un equipo de naturalistas, científicos y expertos polares que interpretan los movimientos del hielo, las corrientes y la fauna. En un entorno donde todo depende del clima, la flexibilidad es parte de la aventura. Lo que se vive en noviembre no se parece a enero, y febrero ya cuenta otra historia.
Durante esta temporada, la Península Antártica ofrece algunos de los paisajes más sobrecogedores del planeta: montañas cubiertas de nieve que caen abruptamente al mar, glaciares que rugen mientras se fragmentan, y una luz que parece eterna. Las aguas se llenan de vida: orcas cazando, ballenas alimentándose, pingüinos saltando en grupos que dibujan arcos perfectos sobre el agua helada.
Más allá del Círculo Polar
Para quienes desean extender la travesía, South Georgia —conocida como “las Galápagos del Océano del Sur”— es un capítulo aparte. Sus bahías albergan miles de pingüinos rey, colonias que se extienden hasta perderse de vista. En sus costas también descansan focas elefante y una rica historia de exploración que remite a los tiempos heroicos de Shackleton. Este destino combina la emoción del descubrimiento con la sensación de estar en un mundo que sigue siendo, en gran medida, salvaje e intacto.
Ver pingüinos en la Antártida es mucho más que cumplir un sueño de viaje; es presenciar el instante en que la naturaleza se revela en su forma más pura. En un planeta cada vez más intervenido, la Antártida ofrece la experiencia opuesta: un recordatorio de lo esencial, del poder del silencio, de la belleza que existe sin testigos.
Las expediciones de Quark Expeditions, y de otras navieras polares, no solo transportan viajeros: los convierten en testigos privilegiados de un mundo que cambia minuto a minuto. Porque aquí, entre el hielo y el viento, el tiempo se disuelve y solo queda el asombro.
Al regresar, algo queda grabado en la memoria: la mirada serena de un pingüino emperador, el crujir del hielo bajo los pies, la sensación de haber estado —aunque solo por un momento— en el extremo mismo de la Tierra.
